El problema no son los colectiveros, que no son pues las personas más cívicas, pero tampoco lo es Dionisio Romero. A ellos décadas de políticas municipales arcaicas les han enseñado a chancar cabezas para defender lo suyo porque la plata se acaba y al fondo no hay sitio, así que el que se duerme, pierde. Mucho menos es la culpa del usuario limeño, que en pleno siglo XXI sigue viviendo en una ciudad caótica y brutalmente desigual gracias a la informalidad de unos y a la corrupción de otros. No, lo que está mal es el sistema.