El dinero del soborno se entregaba a Alan en esas maletitas de plástico en la que los niños llevábamos al colegio huevo duro que apesta. ¿Se imaginan lo que apestaba la de Alan? A mil huevos podridos. Nos vamos a reír mucho tiempo imaginando el momento en que Alan la abría en Palacio como un niño en el recreo. Pero hay algo más profundo detrás del detalle de una lonchera llena de dólares que nos pone la risa como la del Joker.
Publicado: 2019-10-17
Escrito por
Gabriela Wiener
Escritora, poeta y periodista. Publiqué los libros Sexografías, Nueve Lunas, Dicen de mí, entre otros. Soy parte del colectivo Vaciador 34.
Publicado en
La Pasionaria
La Pasionaria es la videocolumna diaria de la escritora y periodista Gabriela Wiener, que emite desde un refugio nucear