Una de las “gracias” más extendidas en mis tiempos del cole era levantarnos las faldas a las niñas. Estaba completamente normalizado. Así hemos crecido las mujeres, siempre alertas, con las manos apretadas a nuestras faldas, por miedo a las humillaciones y a los graciosos de turno que no entienden que no tiene gracia, por miedo a los tocones, a los acosadores, a los violadores. Además de ser incómodo, la falda obligatoria fomenta la desigualdad. Y aún así hay gente a la que no le parece un tema importante.